viernes, 26 de abril de 2013

Don Alfredo


 El otro día lo vi a Don Alfredo. ¡Ay don Alfredo! un tipo piola, macanudo, sin muchas vueltas más que las que suele darse por las calles, sin rumbo alguno.
Don Alfredo tiene problemas pobre, está tirado. Anda por ahí juntando las colillas de los cigarrillos a ver si se puede fumar uno de vez en cuando, porque ni para los puchos le alcanza ¡y qué le va a alcanzar si los puchos están re caros!
Pero el tipo sigue, es terco y sigue.
¡Me lo crucé en la iglesia! Pobre, a mí me da lástima verlo tan dejado. Me le acerqué y le dije ¿Qué vino a hacer don Alfredo?¿Está rezando usted? Y me contestó con un chasquido de dientes o algo que no pude entender, como su vida quizás, o la mía. Vaya uno a saber, por cómo contesto parecía que estaba enojado con dios, capaz que ni cree. Pero, a pesar de su intrigante respuesta perruna, lo miré y le convidé un pucho. No hizo más que agarrarlo pretendiendo que no le interesaba, pero yo sé que se alegró mucho. Bah, uno nunca sabe, capaz está loco don Alfredo y ya no entiende nada, porque los locos son así.
Y pobre, pobre don Alfredo, lo dejé y me fui al trabajo. A la vuelta, como si el destino mandara, me lo crucé. Yo iba en el auto y afuera llovía, pensé en llevarlo pero ¿a dónde? Si ya ni casa tiene...
Es que sí, don Alfredo tenía casa, familia tenía también. Pero la vida muchas veces resulta injusta. ¡Y pensar que el tipo era carpintero! Uno de los muebles favoritos de mi mujer me lo hizo él, me acuerdo que acordamos un buen precio porque yo andaba corto de guita. También le llevé algunas cosas para que me arreglara ¡y cómo olvidarme de las maderitas que le pedí para un trabajo de la escuela de mi hijo! Ah... pero eran otros tiempos, lamentablemente a Don Alfredo se le vinieron todas juntas, ya ni hablar puede.
Si me pongo a pensar, recuerdo a la mujer. Hermosa la mujer de don Alfredo, el tipo le daba todo, que materialmente era poco, pero él era un poeta. Ojo, no porque escribiera, sino en su forma de quererla, salían a pasear juntos, iban a cenar los fines de semana, al baile... ¡Una vez le regaló una bicicleta hermosa me acuerdo!
De la mujer no me acuerdo el nombre, pero fue muy triste cuando se enfermó. Don Alfredo, el tipo, ¡hizo de todo! Pero uno sabe lo que son los médicos, farmacéuticos. Bah, no es para echarle la culpa a nadie ¿no? Pero si uno no tiene un sope le termina pasando como a la mujer de don Alfredo. Triste el final que tuvo, y don Alfredo se endeudó hasta los dientes, primero aumentó el trabajo para poder pagar un tratamiento que según los médicos era bueno, como no funcionó fue pasando de médico en médico y cada paso era un gasto, y cada paso (que llevaba mucho tiempo por esos trámites burócratas) era un desgaste en el cuerpo de la pobre mujer. En vez de mejorar empeoraba. Don Alfredo vendió todo che. Pidió préstamos, sacó créditos (los que le permitieron), pero no se pudo. Nada pudo cambiarle el destino miserable.
Me acuerdo que me lo encontraba en esos días en que todavía estaba viviendo en la casa de algún pariente y me decía: Ahora se va a poner bien, se va a poner bien.
Yo le miraba la carita y entre los ojos de miel y las arrugas que cargaba con sesenta se le veían una lágrimas. Los párpados neeeeegros tenía, cansados de no dormir, de llorar y trabajar. Mantenía los puños cerrados y se mordía los labios el tipo. A mí me miraba y me seguía hablando, decía que todo estaba bien que la cosa se ponía mejor cada día pero yo no soy boludo, esa sonrisa no se la creía ni él.
Y los días pasaban y nada che, cada vez peor la cosa ¡y la bronca que tenía pobre Alfredo! Porque según él la cura la tenían los yanquis pero para algunos pocos, y los tratamientos que eran largos te dejaban seco, de cuerpo, alma y billetera.
Por eso ¡a la mierda con la ciencia y las mentiras! Estos tipos se llenan de guita y cuando tienen que actuar pasa lo que pasa. Si pudiera hacer algo por Alfredo lo haría, pero ya está. El tipo perdió a la mujer y todo lo que tenía, ¡hasta el perro! Desde ese día camina y camina por la ciudad, vaya uno a saber qué piensa, qué come, cómo sobrevive después de tanto tiempo.
Yo lo llevaría a casa ¡mi mujer me mata! Pero a veces pienso que esto que le pasó a él me puede pasar a mí, porque don Alfredo era un tipo común, con una casa y una familia común. De un día para el otro se le dio vuelta el mundo y hoy, camina y camina. Y pensar que nadie lo ve a don Alfredo, y si lo ven se alejan, ¡y claro si mete miedo!
A veces se para frente al hospital clínico y ahí se queda, mirando, porque para él fue difícil conseguir lo que consiguió y todo por nada. Y ahora nadie le devuelve nada, anda perdido en el espacio.
Espero verlo mañana a don Alfredo, seguro lo encuentro juntando colillas para fumarse un pucho, dicen que algunas veces tira nombres de médicos que lo cagaron o no le dieron mucha bola. Cuando llegue a casa le voy a preguntar a mi mujer si le parece que lo traiga a pasar la noche, para que no se moje por lo menos, pero seguro me dice que no, a parte a Marquitos le daría miedo, todavía es chico. Me gustaría verlo contento a don Alfredo, con la misma sonrisa que tenía cuando iba a cenar con su mujer, parece que hay sonrisas que duran sólo un momento y por eso hay que aprovecharlas.
Don Alfredo me sirve de ejemplo, de recordatorio. Cuando llegue a casa voy a abrazar a mi mujer, a mi hijo y hasta a mi perro. Quién dice que el día de mañana no termine abajo de un puente jugando a las cartas con un ciego. Pero las personas lamentablemente no aprendieron a ver a don Alfredo, ven a través de él; como algo ajeno, misterioso y hasta peligroso quizás.
Por lo menos sos mi recordatorio de que lo que hoy tengo, lo tengo que aprovechar.
Ay don Alfredo...

26/04/13

miércoles, 24 de abril de 2013

Soñé que lloraba


Soñé que lloraba

Soñé que lloraba. Tan simple como eso. Estaba ahí, una vez más, rodeado de incógnitas y molestias. Realmente no recuerdo mucho más del sueño que el hecho de haber llorado. Pero con eso es suficiente, porque sé que lloré y sé también por qué lo hice.
No me desperté llorando, me desperté raro, medio enfermo. Quizás sea triste pensar que al despertar quise seguir soñando, para seguir llorando. Porque esta realidad ya no me permite ni llorar.
En el placard hay poca ropa, un gato está metido adentro durmiendo bien abrigado. Puede que él sepa lo que me está pasando, o lo que le está pasando a ella más que a mí. Sea lo que sea que sabe, no tiene más que hacer que acurrucarse a mi lado y mirarme, con ojos suaves.
Y ahí vuelvo yo, a imaginar un gato que no existe y que es lo único que acaricio. Ahí vuelvo a pensar que en algún lugar de esta ciudad hay alguien esperando un colectivo y que qué carajo me importa. Pero lo pienso, y sé que está pasando, sé que ese alguien está convencido de que el colectivo va a llegar porque sabe que es así. Pero quizás nunca llegue y tenga que pedir un taxi, o buscar otro colectivo que lo deje cerca de otra parada de otro colectivo que lo deje cerca de su casa. Y mis pensamientos ya son nudos que se dilatan y contraen: ahí está él o ella esperando el colectivo, se prende un cigarrillo y también tiene problemas, todos tienen problemas pero evidentemente encontraron buenas formas de olvidarlos, aislarlos. Y se sienta a esperar solo o sola, y el tiempo no transcurre, el colectivo no llega, está ausente. Pienso que camina hasta un kiosco y se compra una gaseosa, una de esas que siempre veo y no compro, y no sé quién las compra ni en que momento. Por eso me gusta pensar que alguien lo está haciendo. Y, además, cuando sale del kiosco ve que a lo lejos viene el colectivo, está a media cuadra y corre como si fuese el último día de su vida, aunque sabe muy bien que no es necesario. Porque el colectivero ya lo vio, porque con la seña bastaba pero tiene que apurarse a subir para no perderlo. Entonces paga y se relaja en algún asiento, de algún colectivo, que lo lleva a alguna parte, lejos, muy lejos en la noche fría.
- Nunca había llorado frente a mi hijo-, dijo.
Nunca.

16-04-13  

martes, 2 de abril de 2013

02-04-13


Y dejó que la lluvia lo acariciara hasta caerse dormido.
No parecía querer levantarse, ni siquiera tenía las ganas suficientes para hacerlo. Pero debía, y un huracán de emociones lo arrastraba de una punta a la otra de la habitación. La corrompida habitación que giraba y giraba ante sus ojos mostrándose húmeda, agria.
Con una pesada mano en la cara se rascó un ojo, con el otro miró el techo; lo vio abrirse de par en par, desgarrarse, escaparse a otros lugares dejándolo solo, como debe o debería ser. Cuando por fin pudo bajar un pie y tocar el suelo, sintió el frío. Se levantó lentamente para no tropezar, se vistió, abrió las persianas y camino fuera de la habitación hacia el baño con un inhumano dolor de espalda.

Nadie ni nada en este mundo pueden recordarme lo que hice anoche, lo que escribí, lo que caminé. Las botellas vacías, los vasos con líquidos extraños, atiborrados de sombras intentan reconstruir el rompecabezas de puras piezas rojas. Heladera vacía, dolor de cabeza, cansancio, fideos. Puedo reconocerme en el espejo, me miro y me encuentro, en un principio es algo superficial lo que veo. Sí, me estoy viendo, esa es mi cara, mi cara destruida por una noche más, por miles de noches y de días (días) más. Peor aún, terco como suelo ser, sigo mirando, observando, escudriñando cada uno de los detalles de este espejo que ya parece ser un cuadro de algún artista plástico de vanguardia.
Las gotas de agua caen de mi pelo, son enormes, más grandes que mis ojos que me miran atentos, y mi boca se retuerce, quiere morderse a sí misma.
¡NO!
Pero ya es tarde, el labio inferior está sangrando. Quiero darme vuelta para limpiarme con alguna toalla pero es imposible, ese espejo me llama, sigo mirando lo que necesariamente debo creer que soy yo porque ¿cómo desconfiar de un espejo? Mi cara podría no ser realmente la que está frente a mí. Mi mano se levanta con una gillete lista para afeitarme pero me traiciona y me recorta, me retuerce, me reduce y la sangre sale a chorros de mi cara, no soy nadie, ni un reflejo, ni una gota de mentiras, de colores. Ante el susto suelto la gillete, evidentemente ya no soy el mismo, el espejo es más que yo, mis ojos, mis pupilas dilatadas. ¡Un espejo es más que yo! Con mi puño intento romperlo pero no puedo.
Con esta cara nueva voy a tener que cambiar de nombre, no seré nunca más lo que fui anoche, así como mañana no seré lo que soy hoy.

Termina de lavarse los dientes, sale afeitado, se sienta a comer y mira una foto, la foto de una mujer etérea. No quiere salir, por lo menos hoy no.

Puede que la culpa sea mía, pero ¿cómo yo, un simple mortal, puedo ser juzgado por no saber cuando parar, por entregarme a la necesidad de entregar-me? No me queda nada, me diluyo entre relojes, presentes y en el óleo de mi cara, el único óleo que creo conocer. Ahora puedo afirmar, al menos, que existen buenas razones para desconfiar de los espejos.

02-04-13
Vint

lunes, 10 de diciembre de 2012

Pinocho

Pobre pinocho, si mentía se le paraba el pingo
y
siempre andaba
con los párpados
pesados.


V.V.

miércoles, 29 de agosto de 2012

¡Fin de semana para ustedes!

¡Este fin de semana no hay excusas! Les dejo actividades para que vayan agendando:

Viernes: Stand up (La Plata) / Raza Truncka (Colón)
Sábado: Raza Truncka (Venado Tuerto)
Domingo: Raza Truncka Acústico (Inés Indart)

¡¡¡¡¡¡Zapatealeeeeeeeeeee!!!!!!



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