El
otro día lo vi a Don Alfredo. ¡Ay don Alfredo! un tipo piola,
macanudo, sin muchas vueltas más que las que suele darse por las
calles, sin rumbo alguno.
Don
Alfredo tiene problemas pobre, está tirado. Anda por ahí juntando
las colillas de los cigarrillos a ver si se puede fumar uno de vez en
cuando, porque ni para los puchos le alcanza ¡y qué le va a
alcanzar si los puchos están re caros!
Pero
el tipo sigue, es terco y sigue.
¡Me
lo crucé en la iglesia! Pobre, a mí me da lástima verlo tan
dejado. Me le acerqué y le dije ¿Qué vino a hacer don
Alfredo?¿Está rezando usted? Y me contestó con un chasquido de
dientes o algo que no pude entender, como su vida quizás, o la mía.
Vaya uno a saber, por cómo contesto parecía que estaba enojado con
dios, capaz que ni cree. Pero, a pesar de su intrigante respuesta
perruna, lo miré y le convidé un pucho. No hizo más que agarrarlo
pretendiendo que no le interesaba, pero yo sé que se alegró mucho.
Bah, uno nunca sabe, capaz está loco don Alfredo y ya no entiende
nada, porque los locos son así.
Y
pobre, pobre don Alfredo, lo dejé y me fui al trabajo. A la vuelta,
como si el destino mandara, me lo crucé. Yo iba en el auto y afuera
llovía, pensé en llevarlo pero ¿a dónde? Si ya ni casa tiene...
Es
que sí, don Alfredo tenía casa, familia tenía también. Pero la
vida muchas veces resulta injusta. ¡Y pensar que el tipo era
carpintero! Uno de los muebles favoritos de mi mujer me lo hizo él,
me acuerdo que acordamos un buen precio porque yo andaba corto de
guita. También le llevé algunas cosas para que me arreglara ¡y
cómo olvidarme de las maderitas que le pedí para un trabajo de la
escuela de mi hijo! Ah... pero eran otros tiempos, lamentablemente a
Don Alfredo se le vinieron todas juntas, ya ni hablar puede.
Si
me pongo a pensar, recuerdo a la mujer. Hermosa la mujer de don
Alfredo, el tipo le daba todo, que materialmente era poco, pero él
era un poeta. Ojo, no porque escribiera, sino en su forma de
quererla, salían a pasear juntos, iban a cenar los fines de semana,
al baile... ¡Una vez le regaló una bicicleta hermosa me acuerdo!
De
la mujer no me acuerdo el nombre, pero fue muy triste cuando se
enfermó. Don Alfredo, el tipo, ¡hizo de todo! Pero uno sabe lo que
son los médicos, farmacéuticos. Bah, no es para echarle la culpa a
nadie ¿no? Pero si uno no tiene un sope le termina pasando como a la
mujer de don Alfredo. Triste el final que tuvo, y don Alfredo se
endeudó hasta los dientes, primero aumentó el trabajo para poder
pagar un tratamiento que según los médicos era bueno, como no
funcionó fue pasando de médico en médico y cada paso era un gasto,
y cada paso (que llevaba mucho tiempo por esos trámites burócratas)
era un desgaste en el cuerpo de la pobre mujer. En vez de mejorar
empeoraba. Don Alfredo vendió todo che. Pidió préstamos, sacó
créditos (los que le permitieron), pero no se pudo. Nada pudo
cambiarle el destino miserable.
Me
acuerdo que me lo encontraba en esos días en que todavía estaba
viviendo en la casa de algún pariente y me decía: Ahora se va a
poner bien, se va a poner bien.
Yo
le miraba la carita y entre los ojos de miel y las arrugas que
cargaba con sesenta se le veían una lágrimas. Los párpados
neeeeegros tenía, cansados de no dormir, de llorar y trabajar.
Mantenía los puños cerrados y se mordía los labios el tipo. A mí
me miraba y me seguía hablando, decía que todo estaba bien que la
cosa se ponía mejor cada día pero yo no soy boludo, esa sonrisa no
se la creía ni él.
Y
los días pasaban y nada che, cada vez peor la cosa ¡y la bronca que
tenía pobre Alfredo! Porque según él la cura la tenían los
yanquis pero para algunos pocos, y los tratamientos que eran largos
te dejaban seco, de cuerpo, alma y billetera.
Por
eso ¡a la mierda con la ciencia y las mentiras! Estos tipos se
llenan de guita y cuando tienen que actuar pasa lo que pasa. Si
pudiera hacer algo por Alfredo lo haría, pero ya está. El tipo
perdió a la mujer y todo lo que tenía, ¡hasta el perro! Desde ese
día camina y camina por la ciudad, vaya uno a saber qué piensa, qué
come, cómo sobrevive después de tanto tiempo.
Yo
lo llevaría a casa ¡mi mujer me mata! Pero a veces pienso que esto
que le pasó a él me puede pasar a mí, porque don Alfredo era un
tipo común, con una casa y una familia común. De un día para el
otro se le dio vuelta el mundo y hoy, camina y camina. Y pensar que
nadie lo ve a don Alfredo, y si lo ven se alejan, ¡y claro si mete
miedo!
A
veces se para frente al hospital clínico y ahí se queda, mirando,
porque para él fue difícil conseguir lo que consiguió y todo por
nada. Y ahora nadie le devuelve nada, anda perdido en el espacio.
Espero
verlo mañana a don Alfredo, seguro lo encuentro juntando colillas
para fumarse un pucho, dicen que algunas veces tira nombres de
médicos que lo cagaron o no le dieron mucha bola. Cuando llegue a
casa le voy a preguntar a mi mujer si le parece que lo traiga a pasar
la noche, para que no se moje por lo menos, pero seguro me dice que
no, a parte a Marquitos le daría miedo, todavía es chico. Me
gustaría verlo contento a don Alfredo, con la misma sonrisa que
tenía cuando iba a cenar con su mujer, parece que hay sonrisas que
duran sólo un momento y por eso hay que aprovecharlas.
Don
Alfredo me sirve de ejemplo, de recordatorio. Cuando llegue a casa
voy a abrazar a mi mujer, a mi hijo y hasta a mi perro. Quién dice
que el día de mañana no termine abajo de un puente jugando a las
cartas con un ciego. Pero las personas lamentablemente no aprendieron
a ver a don Alfredo, ven a través de él; como algo ajeno,
misterioso y hasta peligroso quizás.
Por
lo menos sos mi recordatorio de que lo que hoy tengo, lo tengo que
aprovechar.
Ay
don Alfredo...
26/04/13