miércoles, 24 de abril de 2013

Soñé que lloraba


Soñé que lloraba

Soñé que lloraba. Tan simple como eso. Estaba ahí, una vez más, rodeado de incógnitas y molestias. Realmente no recuerdo mucho más del sueño que el hecho de haber llorado. Pero con eso es suficiente, porque sé que lloré y sé también por qué lo hice.
No me desperté llorando, me desperté raro, medio enfermo. Quizás sea triste pensar que al despertar quise seguir soñando, para seguir llorando. Porque esta realidad ya no me permite ni llorar.
En el placard hay poca ropa, un gato está metido adentro durmiendo bien abrigado. Puede que él sepa lo que me está pasando, o lo que le está pasando a ella más que a mí. Sea lo que sea que sabe, no tiene más que hacer que acurrucarse a mi lado y mirarme, con ojos suaves.
Y ahí vuelvo yo, a imaginar un gato que no existe y que es lo único que acaricio. Ahí vuelvo a pensar que en algún lugar de esta ciudad hay alguien esperando un colectivo y que qué carajo me importa. Pero lo pienso, y sé que está pasando, sé que ese alguien está convencido de que el colectivo va a llegar porque sabe que es así. Pero quizás nunca llegue y tenga que pedir un taxi, o buscar otro colectivo que lo deje cerca de otra parada de otro colectivo que lo deje cerca de su casa. Y mis pensamientos ya son nudos que se dilatan y contraen: ahí está él o ella esperando el colectivo, se prende un cigarrillo y también tiene problemas, todos tienen problemas pero evidentemente encontraron buenas formas de olvidarlos, aislarlos. Y se sienta a esperar solo o sola, y el tiempo no transcurre, el colectivo no llega, está ausente. Pienso que camina hasta un kiosco y se compra una gaseosa, una de esas que siempre veo y no compro, y no sé quién las compra ni en que momento. Por eso me gusta pensar que alguien lo está haciendo. Y, además, cuando sale del kiosco ve que a lo lejos viene el colectivo, está a media cuadra y corre como si fuese el último día de su vida, aunque sabe muy bien que no es necesario. Porque el colectivero ya lo vio, porque con la seña bastaba pero tiene que apurarse a subir para no perderlo. Entonces paga y se relaja en algún asiento, de algún colectivo, que lo lleva a alguna parte, lejos, muy lejos en la noche fría.
- Nunca había llorado frente a mi hijo-, dijo.
Nunca.

16-04-13  

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