Soñé que lloraba
Soñé que lloraba. Tan simple como
eso. Estaba ahí, una vez más, rodeado de incógnitas y molestias.
Realmente no recuerdo mucho más del sueño que el hecho de haber
llorado. Pero con eso es suficiente, porque sé que lloré y sé
también por qué lo hice.
No me desperté llorando, me desperté
raro, medio enfermo. Quizás sea triste pensar que al despertar quise
seguir soñando, para seguir llorando. Porque esta realidad ya no me
permite ni llorar.
En el placard hay poca ropa, un gato
está metido adentro durmiendo bien abrigado. Puede que él sepa lo
que me está pasando, o lo que le está pasando a ella más que a mí.
Sea lo que sea que sabe, no tiene más que hacer que acurrucarse a mi
lado y mirarme, con ojos suaves.
Y ahí vuelvo yo, a imaginar un gato
que no existe y que es lo único que acaricio. Ahí vuelvo a pensar
que en algún lugar de esta ciudad hay alguien esperando un colectivo
y que qué carajo me importa. Pero lo pienso, y sé que está
pasando, sé que ese alguien está convencido de que el colectivo va
a llegar porque sabe que es así. Pero quizás nunca llegue y tenga
que pedir un taxi, o buscar otro colectivo que lo deje cerca de otra
parada de otro colectivo que lo deje cerca de su casa. Y mis
pensamientos ya son nudos que se dilatan y contraen: ahí está él o
ella esperando el colectivo, se prende un cigarrillo y también tiene
problemas, todos tienen problemas pero evidentemente encontraron
buenas formas de olvidarlos, aislarlos. Y se sienta a esperar solo o
sola, y el tiempo no transcurre, el colectivo no llega, está
ausente. Pienso que camina hasta un kiosco y se compra una gaseosa,
una de esas que siempre veo y no compro, y no sé quién las compra
ni en que momento. Por eso me gusta pensar que alguien lo está
haciendo. Y, además, cuando sale del kiosco ve que a lo lejos viene
el colectivo, está a media cuadra y corre como si fuese el último
día de su vida, aunque sabe muy bien que no es necesario. Porque el
colectivero ya lo vio, porque con la seña bastaba pero tiene que
apurarse a subir para no perderlo. Entonces paga y se relaja en algún
asiento, de algún colectivo, que lo lleva a alguna parte, lejos, muy
lejos en la noche fría.
- Nunca había llorado frente a mi
hijo-, dijo.
Nunca.
16-04-13
Algunas cosas pa' decir de frente, pero mooy bueno Joaco!
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