Y dejó que la lluvia lo acariciara
hasta caerse dormido.
No parecía querer levantarse, ni
siquiera tenía las ganas suficientes para hacerlo. Pero debía, y un
huracán de emociones lo arrastraba de una punta a la otra de la
habitación. La corrompida habitación que giraba y giraba ante sus
ojos mostrándose húmeda, agria.
Con una pesada mano en la cara se
rascó un ojo, con el otro miró el techo; lo vio abrirse de par en
par, desgarrarse, escaparse a otros lugares dejándolo solo, como
debe o debería ser. Cuando por fin pudo bajar un pie y tocar el
suelo, sintió el frío. Se levantó lentamente para no tropezar, se
vistió, abrió las persianas y camino fuera de la habitación hacia
el baño con un inhumano dolor de espalda.
Nadie ni nada en este mundo pueden
recordarme lo que hice anoche, lo que escribí, lo que caminé. Las
botellas vacías, los vasos con líquidos extraños, atiborrados de
sombras intentan reconstruir el rompecabezas de puras piezas rojas.
Heladera vacía, dolor de cabeza, cansancio, fideos. Puedo
reconocerme en el espejo, me miro y me encuentro, en un principio es
algo superficial lo que veo. Sí, me estoy viendo, esa es mi cara, mi
cara destruida por una noche más, por miles de noches y de días
(días) más. Peor aún, terco como suelo ser, sigo mirando,
observando, escudriñando cada uno de los detalles de este espejo que
ya parece ser un cuadro de algún artista plástico de vanguardia.
Las gotas de agua caen de mi pelo, son
enormes, más grandes que mis ojos que me miran atentos, y mi boca se
retuerce, quiere morderse a sí misma.
¡NO!
Pero ya es tarde, el labio inferior
está sangrando. Quiero darme vuelta para limpiarme con alguna toalla
pero es imposible, ese espejo me llama, sigo mirando lo que
necesariamente debo creer que soy yo porque ¿cómo desconfiar de un
espejo? Mi cara podría no ser realmente la que está frente a mí.
Mi mano se levanta con una gillete lista para afeitarme pero me
traiciona y me recorta, me retuerce, me reduce y la sangre sale a
chorros de mi cara, no soy nadie, ni un reflejo, ni una gota de
mentiras, de colores. Ante el susto suelto la gillete, evidentemente
ya no soy el mismo, el espejo es más que yo, mis ojos, mis pupilas
dilatadas. ¡Un espejo es más que yo! Con mi puño intento romperlo
pero no puedo.
Con esta cara nueva voy a tener que
cambiar de nombre, no seré nunca más lo que fui anoche, así como
mañana no seré lo que soy hoy.
Termina de lavarse los dientes, sale
afeitado, se sienta a comer y mira una foto, la foto de una mujer
etérea. No quiere salir, por lo menos hoy no.
Puede que la culpa sea mía, pero
¿cómo yo, un simple mortal, puedo ser juzgado por no saber cuando
parar, por entregarme a la necesidad de entregar-me? No me queda
nada, me diluyo entre relojes, presentes y en el óleo de mi cara, el
único óleo que creo conocer. Ahora puedo afirmar, al menos, que
existen buenas razones para desconfiar de los espejos.
02-04-13
Vint
No hay comentarios.:
Publicar un comentario