Un día como cualquiera, el señor Basky abrió la puerta de su casa. Afuera llovía, y la lluvia y el viento no tardaron en entrar y empaparlo todo, incluyendo a Basky. - ¡Debo cerrar con urgencia! - pensó Basky, pero hubo algo que lo detuvo. Podía ver y sentir el frío en su cuerpo, así como también sentía ese olor a humedad y el ruido de las gotas y el viento desmoronándose frente a su ser. Era una sensación lejana, tal vez, algo que no sentía desde su infancia. Basky contempló unos minutos a ese tren escandaloso que lo llevaba a un tiempo de oro, y se dispuso a cerrar la puerta.
La noche era fría y el señor Basky no podía esperar mas aquel momento en el que metería sus pies en el calor de la cama, la solitaria cama. Subió las escaleras lentamente, peldaño a peldaño, pero cuando estaba por llegar al final, resbaló con un charco que había surgido en un escalón a causa de una gotera. Y así, el señor Basky cayó, y rodó y rodó por la escalera infinita, y en ese momento volvió a sentir todo lo que había sentido antes al contemplar la lluvia, pero de una manera distinta, mas fugaz, mas brusca y terca. Cuando el señor Basky dio contra el piso sabía que ese golpe sería fatal, sus huesos quebrados temblaban por disposición de los músculos y su cabeza daba vueltas y vueltas, ya no podía pensar en nada mas.
Pasó el tiempo, uno no sabe si pasó o si retrocedió, pero si se sabe que la casa no pertenecía mas al señor Basky, y que esta vez era un pequeño niño el que sostenía la puerta abierta con su baja estatura y contemplaba la inmensidad de la lluvia. Y también se sabe que el niño, después de contemplar la lluvia unos minutos y mojarse la ropa limpia, que su madre había lavado, corrió hacia las escaleras.
V.V.
V.V.
grande vint! muy bueno!
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