miércoles, 17 de marzo de 2010

I (la muerte del yo)

Lo comprendo,
Esos ojos trémulos y alargados,
Cargando un desvarío y una embriaguez indefinibles,
Fijaron su mirada en un pozo profundo, oscuro y gélido.

Por fin, pude comprenderlo,
Aquella mirada vacía, cubierta por las sombras,
Había viajado inocentemente continentes tempestuosos,
Donde crujían maderas de pasillos desolados.

Y allí se encontraba la respuesta:
En esa faz cadavérica y arruinada por el tiempo,
la desolación, el maltrato y lo macilento.
Que se dejó desvanecer lentamente y pereció.

Sin lugar a dudas ahí estaba:
Con su helor magnífico y cerraduras invalidas,
El tétrico escenario que todo lo anunciaba,
¡Aquel removido barro!

Difícil era observar, pero mas engorroso ignorar,
Que aquellos ojos abiertos a la luna humillante
Y a la inusitada noche donde me sentí abrumado,
Seguían en su lugar, sin oscilación alguna…

Aquellos ojos trémulos y alargados,
junto a esa faz cadavérica, y a su cuerpo
sufrían el asedio de moscas, gusanos y arácnidos.
sin un latir, ni un respiro, todo había acabado.

Podría decirse que únicamente yo lo comprendí
Y que solo la Luna y la noche fueron testigos
(oh, ¡por fin lo comprendí!)
De aquel, aterrador asesinato…


V.V.

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